2010/08/06


A menudo uno ve fotografías, ve imágenes ante las que daría lo impensable no solo por haber tomado esa instantanea, si no por el mero hecho de haber estado allí en ese mismo momento, en ese preciso instante. Pero la fotografía que ilustra estas palabras produce el sentimiento contrario. Grandísima fotografía, pero qué poco me hubiese gustado ser la persona que la tomó. Es más, a saber qué hubiese sido de mi vida si hubiese estado en aquel avión.

Hoy se cumplen 65 años de esa instantanea que, desde el mismo momento en el que se tomó, pasó a la Historia. No hizo falta propaganda ni marketing alguno. Pasó a la Historia en el preciso segundo en el que en aquel avión sonó el click de la cámara fotográfica. La destrucción, la desolación, el genocidio, no necesita de propaganda alguna. Se vende sola.








































La fotografía fué tomada el 6 de agosto de 1945 en Hiroshima (Japón), cuando pasaba poco más de un cuarto de hora de las 8 de la mañana. Habían transcurrido apenas minutos desde que un pájaro de hierro sobrevolara aquella ciudad y vomitara kilotoneladas de odio. Pocos segundos después todo ese odio explotaba y se dispersaba a más de 10 kilómetros a la redonda. El bombardero B-29 "Enola Gay", bautizado en honor a la madre del piloto y sargento de aquella sangrienta misión, como si de un macabro tributo se tratara, giró entonces 159 grados dejando que aquel dantesco espectáculo fuera "disfrutado" en todo su esplendor por el artillero de cola George R. "Bob" Caron. Según palabras de aquel privilegiado espectador "fué como asomarse al infierno", era como "si el anillo que rodeara un distante planeta se hubiera soltado y ascendiera hacia nosotros".

El interminable momento fué descrito por el propio Bob desde el mismo avión:
«Una columna de humo asciende rápidamente. Su centro muestra un terrible color rojo. Todo es pura turbulencia. Es una masa burbujeante gris violácea, con un núcleo rojo. Todo es pura turbulencia. Los incendios se extienden por todas partes como llamas que surgiesen de un enorme lecho de brasas. Comienzo a contar los incendios. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis... catorce, quince... es imposible. Son demasiados para poder contarlos. Aquí llega la forma de hongo de la que nos habló el capitán Parsons. Viene hacia aquí. Es como una masa de melaza burbujeante. El hongo se extiende. Puede que tenga mil quinientos o quizá tres mil metros de anchura y unos ochocientos de altura. Crece más y más. Está casi a nuestro nivel y sigue ascendiendo. Es muy negro, pero muestra cierto tinte violáceo muy extraño. La base del hongo se parece a una densa niebla atravesada con un lanzallamas. La ciudad debe estar abajo de todo eso. Las llamas y el humo se están hinchando y se arremolinan alrededor de las estribaciones. Las colinas están desapareciendo bajo el humo. Todo cuanto veo ahora de la ciudad es el muelle principal y lo que parece ser un campo de aviación».

Aquel joven de Brooklyn de 25 años no solo se convirtió en el primer hombre sobre la Tierra en ver aquella nube, aquella masa de polvo, ceniza, fuego y destrucción. También fué quien apretó el botón de la Fairchild K-20, la cámara neoyorquina utilizada en la II Guerra Mundial. Fué él quien obtuvo la instantanea que pasaría a la Historia como uno de los momentos más lamentables de la raza humana.

Aquella fotografía tomada desde la cola del avión no solo fué reproducida por todos los periódicos y revistas del mundo de manera inmediata, si no que fué utilizada como propaganda del genocidio, siendo impresa en los miles de pasquines arrojados al día siguiente sobre Japón.

Hay cientos de fotografías que reproducen el holocausto, la destrucción, la desolación que produjo la bomba instantes después de su explosión. Incluso hay muchas que muestran las secuelas de miles de afectados y su sufrimiento durante años y años. Pero es suficiente con ver la fotografía del momento y la descripción de quien la tomó; el resto viene después. Es suficiente con la instantanea y la narración de un fotógrafo que pasó a la Historia por accidente. El fuego de los mil soles iluminó Hiroshima e inmediatamente después lo sumió en la más larga y oscura noche de su Historia. El mismo fuego, la misma luz, que permitió a George R. "Bob" Caron fotografiar el comienzo del fin.

No hay comentarios:

Publicar un comentario